Tatiana Minayeva

Tatiana Minayeva, Polonia

Consultora, Care for Ecosystems,

Biografía

Desde las extensas reservas naturales de la ex Unión Soviética a las turberas de Mongolia y el Perú, la trayectoria de Tatiana encarna el fluir del río Amur-Heilong que una vez ayudó a proteger. En su vida, ha cruzado muchas fronteras. Comenzó su carrera como joven investigadora, y trabajó en distintos puestos en el Ministerio de Medio Ambiente de Rusia, donde creó corredores de conservación transfronterizos a lo largo de cinco países. En WWF y Wetlands International, tradujo la ciencia en acción, e inspiró a ejecutivos de la industria petrolera para que se adhieran a la restauración ecológica. En el puesto que desempeña actualmente en Care for Ecosistems en Alemania, se dedica a defender la adopción de incentivos económicos para que la conservación sea rentable, al tiempo que forma a las nuevas generaciones a través de su ONG “ABC-SDG”. Su legado vive en las turberas restauradas, así como en los niños y niñas a quienes anima a que no vean a los humedales como terrenos baldíos, sino como una base fundamental para la vida.

P. ¿Qué experiencia personal ha determinado o inspirado su trayectoria?

Cuando tenía 14 años, hace unos 50 años, participé en una excursión escolar para trabajar como voluntaria en la Reserva Natural de Kandalaksha en la isla Ryashkov en el mar Blanco. En ese momento, la Reserva Natural acababa de ser designada Sitio Ramsar: “Kandalaksha Bay” (1976). Eso ocurrió durante la era soviética, un período en que los científicos participaban activamente en el establecimiento de la Convención de Ramsar. La importancia de los humedales era un tema candente de debate entre el personal de la reserva, y así es como fui consciente por primera vez de su importancia. 

Como alumnos, trabajábamos con el eider común: midiendo huevos, vigilando el momento previsto de eclosión y ayudando a poner anillas a los polluelos. También colaborábamos en diversas tareas, como la cocina o el mantenimiento de la estación de investigación. 

Un día que nunca olvidaré, una botánica local llamada Elena Vorobieva me invitó a ayudarla a hacer una cartografía de especies de plantas raras. Al subir a las colinas que rodean el centro de la isla, encontré en el corazón mismo de la isla algo realmente cautivante: una hermosa turbera. Bajamos, y lo que vimos era como un cuento de hadas: una suave alfombra de musgo, flores bellas, perfumes... ¡Fue amor a primera vista! Un momento que encendió en mí una pasión de por vida. Desde hace casi cincuenta años, he dedicado mi vida a estudiar, proteger, conservar y promover las turberas. 
 

P. ¿Se ha sentido inspirada por alguien? Si es así, ¿qué aspecto de esa persona le ha resultado motivador?

En todas mis excursiones escolares a la bahía de Kandalaksha, tuve el privilegio de trabajar junto a personas excepcionales, como Vitaly Bianki, Eveny Ninburg, y mi profesora, Valentina Kudryavtseva. Valentina dedicó su carrera a guiar a los estudiantes en estas excursiones cada año desde 1968 hasta su jubilación, e incluso después jubilarse. 

Posteriormente, tuve la suerte de que Marina Botch ‒una conocida científica especializada en turberas de tipo mire‒ supervisara mi tesis doctoral. Fue realmente inspirador observar la pasión de Marina por la conservación de las turberas. Dirigió el programa Telma de la UNESCO, centrado en la protección de estos ecosistemas vitales, y fue la primera persona que conocí que aplicara el enfoque de “uso racional” a la conservación de las turberas. 

Lo que diferenciaba a Marina era su capacidad para congregar a interesados de diversos ámbitos, incluso los de la industria de las turberas, la construcción de caminos o los militares. Con gran habilidad, les explicó, los formó e influyó en ellos para que adoptaran prácticas de uso de la tierra más sostenibles, en un esfuerzo muy valiente pues no era fácil ser “diferente” en esa época en la Unión Soviética. Fue una mujer extraordinaria. 

Marina también me presentó a científicos excepcionales especializados en turberas de tipo mire, como Viktor Masing, Hugo Sjors, Kimmo Tolonen, Michael Steiner, Richard Lindsay, Asbjorn Moen y Andreas Gruenig. Tuve el honor de trabajar y viajar a diferentes turberas con estos dedicados conservacionistas, lo cual afirmó aún más mi compromiso con esta causa.
 

P. En su labor de conservación de los humedales, ¿cuál ha sido el reto más importante al que se ha enfrentado y cómo ha influido esta experiencia en su dedicación para crear un impacto positivo?

Durante los primeros once años de mi carrera, vivía en una aldea a 350 km al oeste de Moscú, donde trabajaba en una reserva natural. Pese a haberme graduado con honores de la Universidad de Moscú, encontré obstáculos para seguir mi carrera académica por ser hija de un extranjero y una mujer judía. En esta aldea, los científicos como yo teníamos que explicar constantemente a la comunidad local la importancia y la necesidad de nuestro trabajo. Había un ambiente generalizado de hostilidad hacia la reserva natural y su misión. 

Para remediar esta carencia, comenzamos a fomentar la participación de los niños locales en nuestros proyectos, algo que los inspiraba a continuar sus estudios. Hoy en día, muchos de esos “niños de la reserva natural” han completado estudios superiores. Hemos construido una pasarela a través de la turbera para actividades de vigilancia, lo que facilita el acceso de la población local a las zonas de recolección de bayas. Además, hemos colaborado con los miembros de la comunidad en la producción de heno. Tras la perestroika, facilitamos los contactos con extranjeros aficionados a la ornitología, que se alojaban con familias locales, lo cual generaba ingresos para la comunidad. De forma gradual, nuestras actividades fueron aceptadas, pero esta transformación exigió grandes dosis de paciencia y tiempo. Esta experiencia me enseñó a transitar el delicado equilibrio entre las percepciones de la población local sobre la naturaleza y el imperativo de la conservación. 

Durante este período, dirigí un proyecto para desarrollar pequeñas zonas protegidas en turberas en la región de Tver, alrededor de la reserva natural. Esta experiencia fue particularmente difícil, tanto durante la época soviética como después de la perestroika, ya que la administración y los usuarios de la tierra, en su mayoría hombres, a menudo ignoraban o veían con desconfianza un proyecto llevado adelante por un equipo de tres mujeres jóvenes.

Más tarde, comencé a trabajar más en el ámbito internacional y colaboré con la International Peat Society, lo cual facilitó la cooperación con la Russian Peat Society. Este grupo estaba compuesto en gran medida por hombres mayores, muy tradicionales, que eran reticentes a abordar cualquier cuestión relacionada con la ecología. Pese a estos desafíos, finalmente logramos avanzar bastante en la promoción del uso sostenible de las turberas. De modo similar, el trabajo con la industria del gas y el petróleo fue desalentador en un principio, pero logramos implementar algunos cambios pequeños aunque significativos, como instancias de capacitación mutua, metodologías, proyectos piloto sobre restauración de turberas y protocolos de uso racional. 

Mientras trabajaba para WWF, dirigí un proyecto para integrar zonas protegidas, incluidos Sitios Ramsar, en la administración regional. En esa época, todavía era posible en Rusia entablar contactos directos con los gobernadores. Si bien muchos eran escépticos, encontré algunos que se sintieron verdaderamente inspirados por nuestras actividades, en particular el Sr. Sudarenkov, gobernador de Kaluga. Juntos logramos muchas cosas.

Mi cargo en el ministerio a principios de la década de 2000 me dejó muy buenos recuerdos. En ese período, Rusia mejoró su equilibrio de género dentro del gobierno, incorporando a muchas expertas talentosas y mujeres influyentes. Nuestros logros durante esa época fueron sustantivos, y mi participación en el Grupo de Examen Científico y Técnico (GECT) de Ramsar como representante de la Federación de Rusia fue también algo inspirador.

Sin embargo, todo cambió en 2008: cada vez me era más difícil trabajar en Rusia debido a mi doble nacionalidad y mis valores liberales. Pasé entonces a trabajar en Wetlands International en los Países Bajos y posteriormente en Care for Ecosystems en Alemania. Pero eso es una historia diferente, con sus propios desafíos. 
 

P. Como mujer que ha logrado importantes avances, ¿dónde cree que se necesita más inversión para acelerar los progresos y empoderar a las mujeres en su acción en favor de los humedales?

En todas mis experiencias internacionales, he observado que las mujeres desempeñan un papel fundamental en las modalidades de uso de la tierra basadas en la familia, en particular en lo que se refiere a la planificación del uso de la tierra. Sin embargo, muchas mujeres carecen de conocimientos suficientes sobre las funciones y los servicios de los ecosistemas de turberas, por lo que muchas veces encuentran difícil articular sus conocimientos tradicionales de manera que puedan influir en la toma de decisiones. Por lo tanto, la primera inversión que se necesita es en el empoderamiento de las mujeres sobre el terreno, a fin de aumentar sus conocimientos técnicos y ayudarlas a enmarcar su propio conocimiento con miras a mejorar la toma de decisiones.

La segunda esfera de inversión se relaciona con aumentar la participación de las niñas de familias desfavorecidas en la labor de conservación de la naturaleza, al mismo tiempo que se apoya su educación. Las mujeres con estudios que regresan a sus aldeas, distritos o países se convierten en eficaces artífices del cambio. Por lo tanto, las inversiones deberían dirigirse a fomentar la participación y educación de las niñas de comunidades locales, especialmente de aquellas que viven cerca de los humedales.

En tercer lugar, debería aumentar la financiación destinada a equipos interdisciplinarios que trabajan en un enfoque integrador de la evaluación del valor de los humedales. La investigación en este campo debería centrarse en desarrollar incentivos económicos que pongan de relieve el papel fundamental que desempeñan los humedales en la prestación de servicios de los ecosistemas, que son esenciales para la salud y el bienestar de las mujeres y los niños y, por extensión, para la sociedad en su conjunto. Actualmente, hay una falta de estudios sociológicos completos que examinen la forma en que diversos grupos, en particular las mujeres, se ven afectados por los cambios en el estado de los humedales. Este tipo de investigaciones deberían estar incluidas en los informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).

La promoción internacional de las turberas comenzó en 1996 a través de la Convención de Ramsar. A fecha de 2024, las turberas ya eran reconocidas por el Convenio sobre la Diversidad Biológica, y en 2006, fueron incluidas en las decisiones adoptadas por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, y recién en 2013 el IPCC redactó directrices sobre la presentación de informes sobre las turberas. No hay tiempo que perder: debemos financiar estos estudios ahora. No tenemos 15 años para hacerlo. 

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